Durante muchos años solía ser una farmacia andante, trabajé algún tiempo en un banco así que peor (eran gratis las medicinas) todo me pasaba y todo me dolía pero, cuando salí de ahí se me quitó (ya no era gratis…) que casualidad, verdad?
Desde que empecé a adentrarme en el mundo de la medicina holística y alternativa, comencé a dejar la tradicional (la que se compra en farmacia) y tengo tiempo “curándome” así.
Esencias, tinturas hierbas, tecitos, medicina sagrada, meditaciones, cuarzos, energía, etc. Todo lo que la madre tierra pueda aportarme para mi transformación en salud y todo lo que yo debo de hacer para hacerme cargo de mí.
Comencé a entender mis 4 cuerpos: mente (la loca de la casa que no me deja), cuerpo (ese templo bendito que elegí), emociones (lo que me hace sentir viva), espíritu (lo que me conecta con la divinidad que habita en mí) y supe que requería atender a cada uno.
Cuando se presenta una llamada “enfermedad” requiero analizar cómo están mis emociones, cuáles me he permitido sentir, cuáles he callado, rechazado y reprimido; cuándo no he sido honesta e íntegra conmigo, que pensamientos he tenido últimamente, qué sensaciones no he percibido, cuánto he estado desconectada de mi y de la divinidad…
Revisando todo eso me doy permiso de sentir, de dejarme ser, de no rechazar, de aceptar lo que me viene a enseñar cada malestar y permitir que se transforme.
Me doy permiso de sentir, de llorar, de enojarme, de frustrarme…
Me doy permiso de relajarme, de cuidarme y apapacharme.
Me doy permiso de darme una pausa.
Me doy permiso de estar en mi interior.
Lo que resistes persiste recuérdalo siempre.
En lo que te enfocas, crece.
¿En qué eliges enfocarte hoy?